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Esta nota espera su publicación hace meses, como si hubiera necesitado cocerse a fuego lento. Para que se den una idea, todo empezó allá por marzo cuando un amigo me avisó que Jorge Pistocchi, el creador de la revista de cultura rock más importante que hubo en nuestro país, había vuelto a las andadas. Una amiga de él -de mi amigo- fue la conexión, ya que acompaña a Jorge en su nuevo emprendimiento, bendecido por el mismo nombre de aquella revista clave: Expreso Imaginario. El contacto se hizo rápido, tanto que el encuentro con Pistocchi fue en abril.


En el medio, en este blog se sucedieron otros pendientes y el extenso y tremendo diálogo en el hoy Centro Cultural Expreso Imaginario quedó relegado. A Jorge también le pasaron cosas: estuvo un tiempo internado, con algunas nanas que por suerte se van de a poco. No era conveniente que la nota saliera en ese momento y se ensanchó la espera; tampoco había necesidad de apurarse, igual.

Ahora sí es momento de publicar nuestro encuentro con Jorge, sucedido en el barrio de La Boca, ahí donde el nuevo Expreso Imaginario y su radio hallaron espacio en un caserón-conventillo (el proyecto comunitario toma forma de a poco, mientras la radio puebla su programación). Pistocchi se largó a hablar casi como hiciera Palo Pandolfo también por esos días y para este espacio: con tipos charladores y que la vivieron se hace fácil, y Jorge sí que las pasó todas. Por eso, nuestra charla fue muy rockera pero movió otras fichas, no hablamos (casi) nada de todas sus experiencias como fundador de un puñado de revistas de rock y sí de cómo llevó la imaginación del Expreso a la acción, en diversas actividades comunitarias que nos traen hasta esta mutación de su creación más emblemática. En el medio se encontrarán con una historia de lucha que suele soslayarse en sus entrevistas y en nuestra charla se tornó eje.

Se va la primera parte, pero esto no termina aquí: dos horas de charla intensiva y llena de anécdotas no quedarán en este único post... Hay mucho por contar.

A LA BOCA POR LA PATERNAL

Empecemos por el final. ¿Cómo llegaste acá, a La Boca? ¿Y por qué se te ocurrió reformular Expreso Imaginario como centro cultural?
Cómo llegué a La Boca es una larga historia que si querés te la cuento. Me tendría que remontar al fin de las revistas. Yo durante los ’70 saqué varias publicaciones. Empecé escribiendo en la revista Pelo, saqué Mordisco en el ’73, ’74; después en el ’76, Expreso Imaginario, en el ’80 Zaff!! y en el ’81 Pan Caliente, que fue la última revista que saqué. Hicimos un festival muy grande, son todas cosas que seguro las sabés mejor que yo [es historia conocida la única participación de los Redondos en un festival].
Posteriormente, armé con otra gente una especie de comunidad, medio parecido a esto, pero con mucha más gente tal vez, en una casa muy grande que alquilamos. Fue un proyecto distinto, queríamos hacer una editorial pero terminó en otra cosa. Eso fue en La Paternal, un lugar que hicimos en el ’84 que se llamó Centro Cósmico La Paternal y duró hasta el ’90. Era una casa muy grande que habían alquilado unos amigos míos, y donde me propusieron hacer una revista. Yo había quedado con una materia pendiente, después de los muchos problemas que tuve con las publicaciones que saqué, que me robaron los títulos del Expreso Imaginario, etcétera, etcétera, y quería seguir haciendo una publicación.

¿Era un lugar grande?
Sí, una casa más o menos parecida a ésta, pero con muchas más habitaciones, un patio gigantesco, galpones. Cuando nos quisimos acordar, a las pocas semanas se nos coló todo el mundo y entonces al final dijimos “organicémonos comunitariamente, una redacción acá va a ser imposible” (se ríe). Y fue una experiencia muy linda porque lo hicimos, nos organizamos, había muchos chicos entre los míos y los de los amigos, como diez. Y armamos una cooperativa de trabajo, pintábamos paredes, hacíamos trabajos diversos, con lo que más o menos cada uno sabía. Decoraciones, lo que viniera. Teníamos una caja en común -que acá la tenemos también- y con eso pasamos seis años con varios... (Recuerda y se ríe) con varios incidentes, algunos de cierta gravedad. Se generó un ambiente muy heterogéneo, entonces pasamos de hippies de El Bolsón a muchos heavy metals.

Estaban todas las tribus ahí. 
Todas, sí. Venían los V8 en un principio, que después, en esa casa, se transformaron en Hermética. Hacíamos unos asados muy grandes a los que venía la gente más diversa que se te pueda ocurrir: gente muy lumpen, muy marginal, y por ahí intelectuales y hippies. Pero convivían todos. Te cuento más o menos cómo llegué acá a La Boca, viste...

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Está bien, contá todo lo que haga falta, tenemos tiempo.
Y esa experiencia fue fantástica, armamos una cooperativa de alimentos, una cooperativa de trabajo, también se hicieron las primeras reuniones de estudios orgánicos, que después tuvieron gran desarrollo pero ahí nacieron, las primeras reuniones se hicieron en mi casa. Y hacíamos cosas para los chicos, era una experiencia muy intensa, porque cosas que habíamos incorporado teóricamente a través de las publicaciones... Eso de que nos interesaran los temas comunitarios no influía en la práctica, en nuestras vidas. Y acá sí. Ya te digo, era un grupo muy numeroso de gente, muchos chicos de los que nos teníamos que hacer cargo. Había chicos que eran bravísimos (risas). Se hacían conciertos, venían bandas heavy a tocar.

¿Y qué pasaba cuando iban las bandas de heavy? Porque había todo un cruce ahí.
No, había una convivencia porque cada uno tenía algo que aportar a los otros, y aparte yo ya venía con mucha curtición de antes, así que estaba todo bien.

Lo pienso porque los temas del primer disco de V8 eran “basta del morral”.
Sí, claro, pero digamos que había un lugar que yo les rescataba porque también había todo un movimiento que se había ablandado a mi entender. Quiero decir, que ya era una pose, el pelo largo ya estaba asumido, era todo medio decadentón, reiteraban todas las formas burguesas dentro de la música. Entonces, te cuento exactamente qué pasó. Yo conocí a unos pibes que hacían rock pesado en los ’60, ’70, y un día se apareció Carlitos Cohen, que fue batero de Pappo, estuvo en La Máquina, con toda la cuestión del heavy metal. Y Palito, que era un firestone, que eran como las barrabravas del rock, les decían los firestones, usaban pantalones chupines y eran terribles, terribles...

¿No eran una especie de versión previa de lo que después fueron los stones o rollingas?
Eran fanáticos stones, eran pesados y eran plomos de casi todos los grupos. Porque aparte había que ser plomo de un grupo en esos momentos... eran medio guardaespaldas, bravísimos. He visto a uno pelearse contra más de diez y se la rebancaban, ¿eh? En una villa, me encontré caminando por Rivadavia con Pajarito Zaguri y me dijo que tocaba, que lo acompañara. Y era en una villa en la loma del orto (risas).

Era un show sorpresa, para vos (risas).
Fuimos, con este pibe Palito y otro que se llamaba Comanche como plomos. Y en la villa le empezaron a gritar “puto” a este pibe, porque tenía el pelo largo, se vinieron como diez. No se le podían ni arrimar. La cuestión es que con este pibe Carlos apareció en la casa Palito, hasta entonces el lugar era más bien de hippies, intelectuales. Los fines de semana había muchos chicos y él tenía una cuestión muy especial con los nenes, era como el superhéroe de ellos (y era pesado de verdad). Un día nos peleamos porque vino medio zarpado, entonces él se quedó medio mal porque me apreciaba, y vino otro día y me dejó una nota: “quiero festejar mi cumpleaños con mi familia y amigos”. Le dije que sí... y los amigos eran V8. Ahí lo conocí a Ricardo [Iorio, claro] y a los demás, me cayeron muy bien y fui a ver un show por San Telmo y (se ríe) me impresionó lo que pasaba, era una energía tremenda. Lo sentí como una fuerza que se había perdido en la música porque al principio, en los sesenta, llevar el pelo largo o hacer música no era fácil, te rechazaba todo el mundo. Viene al caso otra anécdota de Palito que siempre cuento. Una vez, charlando, me pregunta “¿sabés por qué se puede usar el pelo largo en Argentina?”. Le digo que no sé, que supongo que empezamos a evolucionar. Y me dice “gracias a nosotros”. Y yo le retruco, ¿por qué gracias a ustedes? Porque era cierto que antes era difícil, no sólo por la policía, la gente te agredía también, te decían “eh, puto”.

Hasta que ellos empezaron a fajar a todos.
No, lo que hacían era lo siguiente: cuando pasaban los camiones, los carros de basura, que eran los más heavys, estos se les subían al pescante y les ponían una navaja en el cuello y les decían “qué te pasa?”. Entonces, según él, se empezó a correr la bola del “no jodas a los de pelo largo” (carcajadas).
Pero lo interesante del rock and roll es que reunió grupos socialmente muy diversos, porque estaba desde Tanguito y Miguel Abuelo que venían de la villa hasta Miguel Cantilo, que venía de la alta sociedad.

Y se terminó yendo a vivir a El Bolsón, después.
Claro, lo que quiero decir es que todos de alguna manera eran marginados de sus clases sociales, por eso encontrabas de todo y esa diversidad era muy rica. Después cuando se asimiló, y sobre todo después de la guerra de Malvinas, que todo el mundo quería tener una banda de rock, había una aceptación, tus viejos te compraban instrumentos para ver si la pegabas, cuando antes todo el mundo te rechazaba... Ahí se ablandó. Los músicos de éxito empezaron a tener guita, sus coches, su casa-quinta, entonces quedó muy poca gente dentro de lo que podríamos decir una resistencia cultural. Y estos pibes realmente lo eran. Por supuesto que la gente que los bancaba, también. Pero tenías que ser de verdad, no podías ir con mucho verso.
En fin, después hubo algunos problemas con la casa, como te decía antes, y medio que se nos pudrió el lugar. Todo esto tiene que ver con mi venida a La Boca, ¿eh? Porque si no, no se entiende. Se fue encadenando toda una cuestión muy increíble, porque después de todo el lío nosotros queríamos seguir pero no nos quisieron renovar el contrato... Entre la gente que paraba ahí estaba un flaco con mucha plata, Joaquín Amat, un tipo multimillonario en ese momento, que era una especie de loco de la familia. Era arquitecto, hicimos muchas cosas juntos porque venía a filmarnos, armamos varias obras en el Centro Cultural Recoleta, como La Revancha de América, que fue muy interesante (creo que fue ya para el ’92). Y cuando me quedé sin lugar donde vivir, él tenía muchos problemas con la familia y nos había pasado algo muy interesante que si querés te lo cuento, que tiene que ver con el metal...

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AMAT: LUCHANDO POR EL METAL

Vos contá todo.
Es una experiencia muy increíble. El padre de él tenía una de las fábricas textiles más grandes de acá. Una fábrica de nueve hectáreas, inmensa, trabajaban mil obreros y fabricaban 700 mil metros de tela mensuales. ¡Desplegabas las sábanas mes por mes y llegabas a Córdoba!
Nosotros teníamos un taller con herramientas, soldaduras, y hacíamos trabajos para afuera, con eso nos manteníamos. Y él viene un día y nos dice “en la fábrica tenemos un tallercito, tiene herramientas...”. Le preguntamos qué tenía y nos dijo que tenía de todo, tornos, balancines, máquinas de serigrafía para estampar las sábanas... La fábrica quedaba en Monte Grande, le dije si me llevaba y me dijo que sí. Resultó que el tallercito tenía una manzana. Yo había ido al colegio industrial así que algo sabía, y era un lugar alucinante. Cuando vuelvo al Centro Cósmico, Ricardo, que era muy fierrero... Y tenía mucha capacidad organizativa, era un tipo que tenía del viejo esa cosa heavy pero de verdad, porque el viejo era capo del Mercado del Abasto, que es un lugar pesado. El viejo era muy duro y Ricardo era terrible, se peleaba con él y le tiraba piedras al padre, un tano de esos calabreses, tremendos. Entonces le digo, “che, sabés que apareció un lugar impresionante, con una maquinaria fantástica y donde se puede hacer de todo”. Porque el muchacho este, Joaquín, me dijo que podía usar todo siempre que fuera el resto del día que en la fábrica no se trabajaba.

¿Y volviste con Ricardo?
Claro. Y cuando caímos en el taller, con toda una banda heavy metal, los obreros nos vieron llegar y no lo podían creer (risas). Porque entramos pisando firme, vieron que íbamos sin mameluco y todo el mundo empezó a ir sin mameluco.

¡Rebelaron a todos!
Sí, incluso nos empezamos a hacer muy amigos de la gente y teníamos proyectos de hacer una especie de centro cultural ahí, teníamos muy buenas ideas porque Ricardo es un tipo muy activo. Empezamos a ir, comíamos con los obreros, la pasábamos bien, y Ricardo empezó a recuperar los espacios ociosos, porque eso era una manzana que tenía muchas casas como ésta, abandonadas. Ya de la dirección, cuando empezaron a ver que llegábamos nosotros todos los días se pusieron del tomate. Y nos mandaban gente para espantarnos, nos tiraban cualquiera, decían que robábamos y era mentira. No sabían qué hacer para rajarnos.

¿Y el viejo de Joaquín no hacía nada?
Mandaba la gente pero los tipos eran unos tarados, viste. Y nosotros éramos muchos más, Ricardo tenía a todas las bandas de Lavallol, teníamos más fuerza que ellos, como ejército éramos mucho más poderoso nosotros (risas). Un día, apareció una habitación llena de telas, en perfecto estado pero cubierta de polillas y demás. Entonces le dijimos a Joaquín, “che, ¿con esto qué hacemos?” y nos dijo “úsenla ustedes”. Empezamos a juntar la tela para llevárnosla pero los de la fábrica avisaron, se corrió la bola. Y nos mandaron a un ingeniero que era como el pesado de todos ellos, hijo de un comisario. Estaba Ricardo solo, y el tipo va con cinco muchachos que eran todos amigos nuestros, pero los lleva y dice que las telas tenían que ir para la fábrica. Y Ricardo le dice: “mirá, loco, esto nos lo regaló Joaquín Amat”, y el otro “qué Joaquín Amat ni Joaquín Amat, esto lo llevamos allá”. Y Ricardo le dijo “mirá loco, acá estamos por amigos de Joaquín, no por ortibas como vos”; el tipo se puso verde porque era como un pesado, entonces lo provocó y le tiró “acá no te vengas a hacer el loco porque sabés lo que hacemos...” y Ricardo le clavó un dedo en el pecho y le dijo “yo a vos... yo a vos te voy a liquidar” (risas). Y se lo decía en serio, ¿eh?
A Joaquín se le armó toda una situación densa, entonces... Te cuento esto porque en el ’90 me quedé sin lugar donde vivir, entonces él me dijo “venite que tengo un lugar desocupado en esta fábrica”. Que ya me tenían, ¡era como Freddy Krueger para ellos!

¡Y encima te llevaba a vivir!
Fui con mi mujer, con mi pareja, y dos hijos míos que tenía de antes. Termotanque alucinante, baño perfecto, él me adaptó una casa de esas tipo chorizo, viejas, pero muy linda, con galería cubierta. Ahí estaba perfecto. Cuando los tipos me vieron llegar de vuelta y a vivir ahí, se querían cortar las venas, no lo podían creer. Entonces empezaron a ver cómo rajarme. Una noche me cayeron cinco tipos de seguridad de la fábrica. A las cuatro de la mañana me mandaron la patota, abrieron el portón y se encuentran a uno de mis hijos que era renoctámbulo, jugando solo a esa hora (risas). Se encontraron con eso cuando venían a patotearme, y yo salí en calzoncillos y les dije “señores, ¿qué desean? ¿Ustedes son de portería?”. “No, nosotros somos de otra división”. “Ah, bueno, buenas noches”, y les cerré el portón en la cara (risas). Y al otro día fui yo mismo a la fábrica y lo enganché al tipo que nos los había mandado, me dijeron quién era, pero él me dijo que no había sido. Ahí me quedé durante seis años y con los obreros armamos una cosa muy linda, hicimos una cooperativa de alimentos. Ellos tenían una efectividad fantástica porque eran laburantes, a las seis de la mañana arrancaban.

Había todo un movimiento organizado, digamos.
Sí, fue un lujo la cooperativa de alimentos que hicimos. Y ya tenía toda la experiencia del Centro Cósmico, además. Incluso hicimos cosas muy grandes como invernaderos, tenía tipos brillantes que sabían hacer de todo, eran artesanos formidables, muy inteligentes e ingeniosos. Tipos que podían soldar en cualquier metal. Y se reembalaron, hubo un par que fueron directamente al INTA y diseñaron un sistema tan impresionante que le ganó después licitaciones a Israel, que eran los más capos en el tema. Esto siguió hasta el ’95, que la fábrica quebró y yo me quedé viviendo solo ahí.

¿Quedó ese cementerio gigante ahí y vos ahí, libre?
Libre pero con faja de clausura y que me iban a rajar en cualquier momento. Joaquín estaba destruido porque había pasado de ser millonario a la miseria absoluta. No era gente de comercio, eran industriales, buena gente. El padre era un catalán muy inteligente, porque tenías que llevar adelante eso... se tomaba una botella de whisky por día, el viejo, pero manejaba todo.
Toda la familia se las tomó, y él arrastraba los pies. Yo le dije “loco, este es el momento de resistir”. Visto desde la provincia era muy terrible porque lo que estaba pasando en poco tiempo dejó afuera al 50 por ciento de la industria argentina, entonces quedaron millones de personas en la calle, sin servicios sociales, sin nada.

Aparte me imagino que en Monte Grande la gente de los alrededores trabajaba ahí.
Era toda una zona industrial que murió de golpe. Realmente me dolía por la gente, más que por mí, yo no tenía problemas porque soy un superviviente, me tirás en cualquier lado y sobrevivo, pero los que habían laburado toda su vida y se levantaban a las cinco de la mañana para ir a trabajar... esos tipos quedaron en pelotas. Muchos se morían de infartos, otros se suicidaban. En la ciudad había una pasividad total ante lo que pasaba, acá venías y era todo una nube de pedos con la plata dulce. Yo pensaba “están destruyendo al país”, en la provincia era una guerra; entonces mandé a mi familia, a mis hijos, con los abuelos. Y dije “yo de acá no me voy”, que me vengan a buscar por la fuerza, si me puedo resistir, voy a resistir. Porque era indignante lo que pasaba, lo digo yo que nunca trabajé para un patrón: ahí te dabas cuenta que si había un sistema que no funcionaba, la gente se iba a la mierda.

 

[Fotos, gentileza de Sofia Oillataguerre]

Nota de Música del Aire

 

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